El imaginario de los conquistadores: libros e inventarios

El imaginario de los conquistadores cuando llegaron a América en el siglo XVI estaba profundamente moldeado por una compleja amalgama de elementos culturales, religiosos, simbólicos y literarios propios de la Europa tardo-medieval y renacentista. Estos elementos no solo configuraban la manera en que los europeos interpretaban el mundo, sino que también influyeron decisivamente en cómo vieron, comprendieron —y malinterpretaron— el nuevo mundo que se les revelaba.
Los conquistadores, en su mayoría hombres formados en este cruce cultural, poseían un bagaje intelectual que unía: El legado cristiano y la visión teleológica de la historia. La historia se entendía como un plan divino, en la que el papel de España era el de llevar la fe cristiana a las tierras infieles. Este mandato religioso legitimaba la conquista y justifica la violencia como un medio para un fin supuestamente moralmente superior (Ricard, 1996). La idea del “otro” como bárbaro o hereje: Los indígenas americanos eran leídos a través de categorías europeas de inferioridad cultural y moral. La lógica colonial se asentaba en esta otredad construida para justificar la subordinación (Said, 1978). La mentalidad caballeresca y aventurera: Los relatos de caballería y las novelas de caballeros andantes influyeron en la autoimagen de los conquistadores como héroes y descubridores, en búsqueda de gloria y riqueza, y en la interpretación mítica de las tierras americanas como escenarios de hazañas y prodigios (Kamen, 2003).
Es así que los conquistadores españoles no llegaron a América como hojas en blanco: llevaban consigo un imaginario cargado de símbolos, lecturas y expectativas. Este imaginario incluía: El modelo de la Reconquista. Muchos de los conquistadores eran herederos directos o ideológicos del proceso de la Reconquista en la península ibérica, una lucha de siglos contra el islam que se había resuelto poco antes, en 1492. Esto significó que muchos vieron la conquista de América como una prolongación de aquella empresa sagrada. El otro era concebido bajo categorías de infiel, hereje o bárbaro, y su dominación se justificaba teológicamente.
La tradición de los libros de caballería: Textos como Amadís de Gaula moldearon profundamente el imaginario de la nobleza baja y media que formó parte de las huestes conquistadoras. En estos libros se exaltaba la figura del caballero aventurero, el descubrimiento de tierras misteriosas y la conquista de lo desconocido. La búsqueda de ciudades míticas como El Dorado o Cíbola reflejan esta mentalidad.
Los bestiarios y mapas fantásticos: La cosmografía europea de la época incluía seres mitológicos y tierras habitadas por monstruos, hombres con cabeza de perro (cinocefalos), amazonas y sirenas. Muchos relatos de los primeros cronistas están atravesados por estas referencias heredadas de textos antiguos como La Historia Natural de Plinio o la Geografía de Ptolomeo. Y la Biblia y la historia sagrada: La interpretación teológica de la historia era central. Se buscaban paralelismos entre el Antiguo Testamento y la conquista: los indígenas eran leídos como nuevas tribus perdidas, y América como una tierra prometida que había que cristianizar. La figura de Moisés, Josué o incluso de Cristo eran modelos de acción o justificación.
Los conquistadores no traían consigo extensas bibliotecas físicas —viajar ligero era necesario— pero sí cargaban con un "arsenal" de libros leídos, imaginados o absorbidos culturalmente: Textos religiosos: La Biblia, Las Confesiones de San Agustín, obras de Santo Tomás de Aquino o tratados de moral escolástica eran parte de la educación clerical, y muchos conquistadores convivieron o dependieron de frailes que poseían estos textos. Las misiones llevaban bibliotecas modestas pero cruciales, que incluían vocabularios, catecismos y libros litúrgicos.
Libros jurídicos y reales: Las Capitulaciones de Santa Fe, las Leyes de Indias, y otras ordenanzas formaban parte del corpus legal que acompañaba a las expediciones, aunque muchas veces fueran ignoradas en la práctica. La presencia de escribanos aseguraba que lo conquistado pudiera documentarse de acuerdo con las leyes de Castilla. Inventarios y cartas de relación: Hernán Cortés, por ejemplo, escribió sus Cartas de relación al rey Carlos V no solo como informes, sino como actos performativos que insertaban la conquista en el marco de lo legal, lo providencial y lo heroico. Estas cartas eran también parte del "archivo" de legitimación simbólica que nutría el imaginario imperial. Crónicas y relatos medievales: Autores como Marco Polo, Juan de Mandeville o Isidoro de Sevilla todavía circulaban, directamente o por ecos culturales, y contribuían a formar un imaginario que oscilaba entre lo fantástico, lo religioso y lo imperial.
Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España muestra cómo los soldados comparaban Tenochtitlán con Venecia o Constantinopla, intentando "traducir" lo nuevo en categorías conocidas. Cristóbal Colón, profundamente influido por textos religiosos y apocalípticos, creía estar participando en el cumplimiento de profecías bíblicas. Su lectura de textos como las Profecías del abad Joaquín de Fiore le llevó a interpretar sus viajes como parte del plan divino. Gonzalo Fernández de Oviedo y Pedro Mártir de Anglería, aunque más cercanos a una visión proto-científica, también utilizaron marcos clásicos para describir flora, fauna y costumbres.
El imaginario de los conquistadores estaba constituido por una densa red de textos religiosos, literarios, jurídicos y míticos. No llegaron a América a descubrirla en un sentido moderno, sino a insertarla en un orden simbólico preexistente. Este imaginario condicionó sus actos, sus crónicas y sus políticas. En muchos sentidos, las crónicas de Indias son un espejo deformado que refleja más la mentalidad europea del siglo XVI que las realidades del mundo americano, lo cual las convierte en documentos problemáticos pero imprescindibles para el estudio histórico y literario del proceso de conquista.