La Malinche entre historia, género y colonialidad

La figura de la Malinche constituye uno de los nodos más polémicos y simbólicamente cargados de la historia colonial latinoamericana. Encrucijada de raza, lengua, poder y género, Malintzin fue una mujer indígena entregada a Hernán Cortés, convertida en su intérprete y figura clave en la conquista del imperio mexica. Su papel ha sido objeto de múltiples reinterpretaciones: desde la crónica histórica que la registra como asistente fiel, hasta los discursos culturales que la acusan de traición o la reivindican como símbolo de resistencia.
La crónica de Bernal Díaz del Castillo (1632) consagra a la Malinche como una figura útil al proyecto conquistador. Su nombre apenas aparece en forma de “Doña Marina”, y siempre subordinada a su función: la de “lengua” o intérprete de Cortés. Su protagonismo no se traduce en agencia, sino en disponibilidad. Díaz del Castillo (1632) enfatiza su lealtad, su utilidad táctica, su condición de esclava convertida en colaboradora, pero no articula jamás su perspectiva. Malinche no habla: traduce. No decide: obedece. Su figura es funcional a la narrativa épica de la conquista, donde el sujeto activo es exclusivamente masculino, cristiano y europeo.
Lucía Segas (2016), al analizar la presencia de mujeres indígenas en la épica hispanoamericana, observa cómo sus cuerpos son representados como terrenos de conflicto o alianza, pero rara vez como agentes históricos. La Malinche, en este relato, es cuerpo mediador sin subjetividad. En términos poscoloniales, Ania Loomba (2005 [1998]) sostiene que la historia colonial produce a los sujetos colonizados como "otros" mudos, cuyas voces solo adquieren sentido cuando son traducidas por el conquistador. Malinche no es la excepción, sino el paradigma de esta operación.
Desde una lectura feminista crítica, esta narrativa configura a Malinche como cuerpo de frontera, ni completamente adentro ni afuera del poder. Su sexualización implícita, su rol como madre del primer mestizo, y su silenciamiento simbólico, apuntan a lo que Gayatri Spivak (1988) llamó la imposibilidad del subalterno de hablar: la Malinche aparece solo cuando es nombrada por otros, y siempre dentro del régimen de utilidad colonial.
El ensayo Los hijos de la Malinche de Octavio Paz (2007 [1950]) representa una inflexión decisiva en la construcción simbólica de esta figura. En él, Paz no analiza a la Malinche como persona histórica, sino como metáfora de la identidad mexicana. Su lectura, influida por el psicoanálisis y el existencialismo, convierte a la Malinche en la madre traidora, símbolo de pasividad, entrega, y violación. Según Paz (2007 [1950]), el mexicano es el “hijo de una violación” y su identidad está marcada por la herida del origen: una madre que se rinde, un padre ausente y un hijo escindido.
Este relato, aunque profundo en su simbolismo, ha sido ampliamente criticado por su sesgo patriarcal y culpabilizador. Como observa Rita Segato (2016), reducir a las mujeres indígenas a figuras de culpa o traición equivale a continuar su colonización simbólica. La interpretación de Paz no solo repite el mito de la traición femenina, sino que lo eleva a trauma fundacional de la nación. De ese modo, la nación mexicana nace masculinizada y resentida, mientras que la mujer —la Malinche— queda atrapada en el rol de madre caída.
Desde una mirada decolonial, esta interpretación resulta problemática porque no reconoce el contexto de violencia estructural en el que actuó Malinche. Como plantea Linda Tuhiwai Smith (2017 [1999]), descolonizar el pensamiento implica cuestionar las categorías impuestas por la historia colonial, incluyendo las metáforas culturales que construyen a los pueblos indígenas —y especialmente a las mujeres— como sujetos rotos, pasivos o culpables. En esta lectura, la Malinche de Paz es una figura que carga simbólicamente con el pecado de la colonización, mientras se exime de culpa al sistema patriarcal y al aparato militar colonial que la produjeron.
Frente a estas representaciones reduccionistas, tanto la historia como la crítica contemporánea permiten articular una visión alternativa de la Malinche: ni traidora ni víctima, sino sujeto situado. Como mediadora entre lenguas, culturas y poderes, Malinche ejerció una forma de agencia que no puede comprenderse desde las categorías modernas de resistencia o colaboración. Su traducción no fue solo lingüística, sino política, corporal y simbólica.
Desde la teoría de la performatividad de Judith Butler (2016), puede entenderse que el sujeto no es algo que “se es”, sino algo que “se hace” en contextos determinados. La Malinche, al traducir, al negociar, al sobrevivir, performa un tipo de subjetividad que no responde a la lógica heroica del conquistador ni a la victimización del mito patriarcal. Su acción —repetida, ambigua, mediadora— es una forma de existencia posible en una matriz de violencia colonial.
Carl Gustav Jung (2008), por su parte, permite leer a la Malinche como una figura mediadora. Ella representa la conexión entre opuestos: lo indígena y lo europeo, lo femenino y lo masculino, lo oral y lo escrito. Sin embargo, su figura ha sido proyectada como sombra cultural de México: lo que no se quiere integrar, lo que se niega y se proyecta como culpa. Releerla como símbolo vivo —no como estigma— permite iniciar un proceso de integración colectiva, no como reconciliación idealista, sino como reconocimiento de la complejidad histórica.
La revisión crítica de las representaciones de la Malinche en Bernal Díaz del Castillo (1632) y Octavio Paz (2007 [1950]), a la luz del pensamiento feminista poscolonial, decolonial y simbólico, permite cuestionar el aparato narrativo que ha construido esta figura como soporte de significados ajenos. En un caso, como cuerpo útil; en el otro, como símbolo culpable. Ambas lecturas la despojan de agencia, y ambas se inscriben en discursos masculinos que reproducen la lógica de la colonialidad del poder y del saber.
Frente a ello, autoras como Loomba (2005 [1998], Smith (2017 [1999]), Segato (2016), Zamora (1993), Segas (2016) y Butler (2016) ofrecen herramientas para una relectura descolonizadora: la Malinche como sujeto de mediación, cuerpo situado, gesto performativo y símbolo de resistencia ambigua. No se trata de idealizar su figura, sino de restituirle su complejidad, su historicidad, su dolor y su saber. Reescribir a la Malinche no es un simple gesto académico: es un acto político, ético y simbólico. Es romper con el relato que condena a las mujeres, a ser las otras del poder, y abrir la posibilidad de una historia donde la palabra de quienes tradujeron, sobrevivieron y mediaron tengan también un lugar en la conciencia colectiva.
Referencias:
Butler, J. (2016). Cuerpos que importan: Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo” (R. Monforte, Trad.). Paidós.
Díaz del Castillo, B. (1632). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (ed. moderna). Fondo de Cultura Económica.
Jung, C. G. (2008). Símbolos de transformación (J. Godoy, Trad.). Paidós.
Loomba, A. (2005 [1998]). Colonialism/Postcolonialism. London-New York: Routledge.
Paz, O. (2007 [1950]). Los hijos de la Malinche. En El laberinto de la soledad (pp. 86–98). Fondo de Cultura Económica.
Segas, L. (2016). Mujeres indígenas en la épica histórica hispanoamericana. Hipogrifo, 4(1), 119–138.
Segato, R. L. (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de Sueños.
Smith, L. T. (2017 [1999]). A descolonizar las metodologías. Investigación y pueblos indígenas. Navarra: Txalaparta.
Spivak, G. C. (1988). Can the Subaltern Speak? Macmillan.
Zamora, M. (1993). Reading Columbus. University of California Press.