Sanjuan-a

Pueblo rulfiano, de cajeta, comercio y rezos
Advocación a San Juan Bautista y encomendado a la virgen Concepción. Mujer maternal.
Sanjuana, San Juana, como Juana de Arco o Juana la Loca. O Sor Juana Inés de la Cruz, con la que solían reír las compañeras de la escuela, porque sonaba gracioso.
Y es que nadie de las maestras querían enseñar seriamente sobre la monja poeta. No fuera a ser que las señoritas se salieran del huacal.
Mujeres Juanas que creyeron en sí mismas, lucharon, ayudaron. Injustamente acribilladas por su prole, sus pueblos, sus familias.
Dos versiones. Dos desdoblamientos del mismo nombre, como Mr. Jekyll y Mr. Hyde. Como la historia misma de vencidos y vencedores.
Y al mismo tiempo indisolubles, como el Ying y el Yang.
Sanjuana. San Juana. Una parece ser una versión de la diosa Shakti o Cleopatra.
Y la otra, la versión santa e idílica de una comunidad con miedo y hambre de cariño, de fraternidad. Porque viven sin vivir, rodeados de espinas, alacranes y serpientes de cascabel, apenas con agua y árboles.
Un pueblo de murmullos rezando, de cuetes y ofrendas a la representación maternal. Ruegos que se repiten sin descanso y una esperanza y fe que nunca mueren, pese a las inclemencias infinitas sin respiro y sin resolver.
Me gusta creer que soy más como Juana de Arco, en esencia de carácter, sin lo religioso. Me gusta creer que puedo ser como Juana la Loca y esta vez poder escapar de la prisión familiar.
Me gusta pensar que puedo ser como Sor Juana y esta vez poder evitar el silencio obligado que ejercen quienes temen a la vida misma.
Y entonces reconciliar, equilibrar los opuestos: Sanjuana. San Juana.